COCINERO MIO(POST DE CUTI)

Supongo que muchos de los estimados lectores recordarán los cuadernos pentagramados “Istonio”. Pero sólo los muy observadores y/o quienes superen la tercera década de vida habrán tenido el disgusto de toparse con los que en su tapa y contratapa ostentan la imagen del busto de una persona –nos dicen que se trata de Ludwig van Beethoven- que observa con enojada reprobación. Todos aquellos a quienes comenté del temor que de niño me provocaba sostener la mirada de esa imagen coincidieron en que lo menos que inspiraba era miedo, cuando no otros sentimientos más funestos.

Espero que también conozcan la expresión “tal cosa es más buena que el Quaker”. Quizás dicho producto sea bueno, pero el señor entrado en carnes cuya imagen nos observa desde el envase que lo contiene sin duda no lo es. Quisiera saber si hay alguien que pueda negar que esa mirada no esconde lujuria, pereza, gula y quién sabe cuántos otros pecados capitales. Es más, sostengo que se trata de la mirada de un pedófilo, lo que hace aún más tenebroso el asunto si consideramos que uno de los principales targets del producto es la población infantil.

Pero hay una mirada que condensa y aumenta todo lo terrible de las anteriores. Corresponde a la imagen que ilustra el recipiente de uno de los elementos más utilizados en las actividades de cocina. Yo quisiera que procuren observarla fijamente –si pueden-, y traten de negarme que esa mirada no encierra las intenciones más funestas, los deseos más macabros, las pulsiones más tenebrosas. Yo quisiera que traten de negarme que existe todo eso en la mirada del individuo que aparece en los envases de aceite Cocinero.